Calidad en salud: la receta clave para cuidar vidas y evitar despilfarros

En un sistema presionado por la inflación, la falta de recursos y la alta
demanda, gestionar bien la calidad ya no es un lujo: es la única forma de
garantizar atención digna a los pacientes y, al mismo tiempo, no seguir
agujereando el presupuesto.
Cuando se habla de “calidad en salud”, muchos piensan solo en más controles o más
papeles. En realidad, se trata de algo mucho más simple y concreto: que el paciente
reciba la atención correcta, en el momento adecuado y sin errores evitables. Cada vez
que eso no sucede, alguien sufre… y alguien paga de más.
Hoy, en la Argentina y especialmente en el norte del país, el sistema está al límite:
suben los costos, los insumos se dolarizan y la demanda de atención no para de crecer.
En ese contexto, calidad y contención de costos no son enemigos: son dos caras de la
misma moneda.
La fórmula que guía a los sistemas más modernos del mundo es clara:
Valor en salud = resultados que importan al paciente ÷ costo total de atenderlo
Es decir: no alcanza con gastar menos; hay que gastar mejor. Si se reducen errores,
complicaciones y repeticiones de estudios, el gasto baja solo. No por recorte, sino
porque se evita lo que nunca debería haber pasado.
Los eventos adversos —como infecciones intrahospitalarias, errores de medicación o
reingresos innecesarios— son un ejemplo brutal: alargan internaciones, consumen
insumos, saturan al personal y, muchas veces, terminan en juicios. Cada evento
prevenible es un golpe al paciente y al presupuesto. Protocolos claros, listas de chequeo
y una cultura donde se puedan reportar errores sin miedo son herramientas básicas para
cambiar esta realidad.
Otro problema silencioso es la “variabilidad clínica”: dos pacientes parecidos, dos
tratamientos totalmente distintos, solo porque no hay acuerdos ni guías claras. Eso
genera estudios de más, internaciones más largas y uso injustificado de medicamentos,
en especial los de alto costo. Ordenar la práctica con guías simples, consensuadas y
basadas en evidencia mejora los resultados y evita gastos que no suman nada.
En un escenario inflacionario, también es clave manejar bien los medicamentos y las
tecnologías: evitar sobre stock y vencimientos, reducir compras de urgencia y reservar
los tratamientos más caros para los casos donde realmente cambian el pronóstico. No se
trata de decir “no”, sino de decir “sí” cuando está justificado.
La organización del sistema también pesa. Cada consulta de guardia que podría
resolverse en el primer nivel de atención, cada derivación sin sentido o cada alta
demorada por falta de coordinación genera costos que nadie ve… hasta que la caja no
cierra. Fortalecer el primer nivel, ordenar las derivaciones y trabajar en red entre centros
de salud, hospitales y equipos de apoyo es una forma concreta de mejorar la atención y
cuidar recursos.
La digitalización y la telemedicina, bien usadas, son otra pieza del rompecabezas:
historia clínica electrónica, recetas digitales y seguimiento remoto pueden acercar el
sistema al domicilio del paciente, reducir traslados, prevenir internaciones y mejorar el
control de enfermedades crónicas, sobre todo en el interior de las provincias.
El paso que muchas instituciones todavía deben dar es medir. Sin datos, la calidad
queda en discursos. Medir resultados que importan al paciente, conocer el costo real de
los procesos y comparar servicios permite detectar dónde se pierde valor y dónde se
gasta sin necesidad. A partir de ahí, la contención de costos deja de ser una “podadora”
indiscriminada y se convierte en una cirugía precisa sobre lo que no cura, no alivia y no
mejora la vida de la gente.
Para Tucumán y el norte argentino, donde la demanda social es alta y los recursos
escasos, el desafío es grande pero posible. Hay marco legal, hay experiencias locales
exitosas y hay herramientas de gestión modernas. Lo que falta es transformar el lema
“la salud es un derecho” en planes concretos, con equipos formados y decisiones
basadas en evidencia.
La conclusión es directa: la mejor manera de cuidar el presupuesto en salud es dejar de
gastar en lo que no agrega valor y concentrar cada peso en aquello que sí mejora la vida
de las personas. Esa es la calidad que hoy necesitamos: una calidad que salva vidas… y
también evita despilfarros.